jueves, 26 de abril de 2018

Una Historia Sencilla (Leila Guerriero)

Leila Guerriero



Publicado por primera vez en el 2013, “Una historia sencilla” es una de las obras y crónicas publicadas por la excelente escritora, periodista y cronista argentina Leila Guerriero. Debo decir, que de todo lo que he leído de Leila Guerriero nunca he leído hasta ahora nada malo de ella, ni una frase mal armada. Sin dudas, me parece la periodista más brillante y de las mejores escritoras que tenemos en Latinoamérica. 

En “Una historia sencilla”, Leila viajó en el año 2011 hasta el pequeño pueblo de Laborde, donde se realiza una competencia de baile folklórico: el Festival Nacional de Malambo. Leila inicialmente fue a cubrir el festival porque le llamaba la atención el festival, sus características, su tradición y antigüedad (desde 1966), y el poder que tenía dicho evento para toda la población y los amantes del Malambo, que son un segmento muy reducido por fuera del pueblo. El malambo es un baile tradicional entre los gauchos argentinos, con mucho zapateo, y que exige una alta condición física y aeróbica por parte de las personas que ejecutan los pasos de baile y compiten. Al ganador de la competencia lo coronan como el campeón, y durante un año reina como el mejor ejecutor de la disciplina… pero también, los ganadores deben cumplir un pacto, y es que nunca más en su vida pueden volver a presentarse a competir y a bailar. Todo esto intrigó mucho a la escritora, por lo que fue tras la historia de ese festival, de la ciudad y de su gente. Pero en el camino se encontró con un participante que la deslumbró, Rodolfo González Alcántara, que redirigió la historia de Leila, para que no sólo fuese sobre el festival, sino también sobre un hombre común… una historia sencilla. Así como lo menciona en la contraportada del libro: “Este libro cuenta la más difícil de las épicas: la épica del hombre común”.

El libro, como todo lo de Lila, es una delicia. Inicia describiendo detalles del pueblo, del baile, de los participantes. Menciona las dimensiones épicas del baile, “una competencia de baile prestigiosa y temible que dura seis días”, que cuenta con distintas categorías, infantil, juvenil, y la categoría elite, en donde “se requiere de quienes participan un entrenamiento feroz, y termina con un ganador que, como los toros, como los animales de una raza pura, recibe el título de Campeón”. Y en la parte final de esta competición, los participantes deben bailar dos veces, entre la 1 a.m. y de nuevo en la gran final a las 4 a.m., con rutinas de entre 4 y 5 minutos, sin dejar de zapatear y tratando de dejar la parte superior estática… la técnica es importante, y Rodolfo la explica en el texto.  

También en esta primera parte, Leila ahonda en el imaginario del pueblo, el poder y a la vez el misticismo o el rito  de la tradición, y cómo todo se reúne alrededor de este evento, y cómo después del evento sigue la dura preparación durante todo el año por parte de los candidatos a pasar a la historia. Como ella misma lo describe:

“Para preservar el prestigio del festival, y reafirmar su carácter de competencia máxima, los campeones de Laborde mantienen, desde el año 1966, un pacto tácito que dice que, aunque pueden hacerlo en otros rubros, jamás volverán a competir, ni en ese ni en otros festivales, en una categoría de malambo solista. Un quebrantamiento de esa regla no escrita —hubo dos o tres excepciones— se paga con el repudio de los pares. Así, el malambo con el que un hombre gana es, también, uno de los últimos malambos de su vida: ser campeón de Laborde es, al mismo tiempo, la cúspide y el fin.

En el mes de enero de 2011 fui a ese pueblo con la idea —simple— de contar la historia del festival y tratar de entender por qué esa gente quería hacer tamaña cosa: alzarse para sucumbir”.

“—El poder de la danza está en el espíritu, en el corazón. Lo de afuera es técnica. El repique tiene que ser perfecto, hay que saber levantar, clavar el empeine, ir subiendo en energía, en actitud. Pero el malambo es una expresión mucho más fuerte que otras danzas, entonces, además de saber la técnica, hay que palpar la madera, sentirla, enterrarse en el escenario. El día que se pierde eso, se pierde todo. Tenés que sentir golpe por golpe. Como el latido del corazón. El mensaje tiene que llegar claro a la gente.
—¿Cuál es el mensaje?
—El mensaje es: «Acá estoy, vengo de esta tierra.»”


Luego de la introducción al baile y al pueblo, Leila dirige su mirada hacia un participante que la sorprende por su estilo de bailar. Decide seguirlo y abordarlo: 

“Ésa es la primera vez que veo a Rodolfo González Alcántara.
Y lo que veo me deja muda.
Por qué, si él era igual a muchos. Usaba una chaqueta beige, un chaleco gris, una galera, un chiripá rojo y un lazo negro como corbatín. Por qué, si yo no era capaz de distinguir entre un bailarín muy bueno y uno mediocre. Pero ahí estaba él —Rodolfo González Alcántara, veintiocho años, aspirante de La Pampa, altísimo— y ahí estaba yo, sentada en el césped, muda. Cuando terminó de bailar, la voz opaca, impávida de la mujer, dictaminó:
—Tiempo empleado: cuatro minutos cincuenta y dos segundos.
Y ése fue el momento exacto en que esta historia empezó a ser definitivamente otra cosa. Una historia difícil. La historia de un hombre común”.


Entonces Leila Guerriero inicia un viaje a la historia de Rodolfo, quien en el momento que lo conoció bailando tenía 28 años. Lo sigue, lo observa, lo conoce y habla con su familia, su esposa, con compañeros y colegas de baile. La familia de Rodolfo es humilde, nunca conoció a su padre biológico, reconociendo como tal a su padrastro. A pesar de las dificultades económicas, y sin saber por qué, a Rodolfo siempre le gustó bailar y tomó algunas clases de pequeño, pero en el momento de decidir sobre su futuro, en algún momento pensó en dedicarse a otra profesión, pero gracias a las palabras sabias de una profesora decidió seguir con su sueño, o como la misma Leila lo narra:

“Mientras tanto, sus padres habían conseguido una vivienda gracias a un plan del gobierno llamado Esfuerzo Propio: el Estado otorgaba el terreno y los materiales, y los beneficiarios tenían que levantar la casa con sus manos. Cuando Rodolfo terminó el colegio —siendo, como en el primario, abanderado— pensó que, si lograba entrar en el servicio penitenciario, tendría un sueldo seguro como guardiacárcel. Había trabajado desde siempre, ayudando a Rubén en la construcción, robando choclos que después vendía, pero necesitaba un empleo fijo. Pidió los requisitos para el examen de ingreso y empezó a estudiar. Un día una profesora le dijo: «¿Estás seguro? Vos sos diferente, te veo como profesor, pero no en una cárcel, y lo que no puedas hacer de joven se lo vas a transmitir a tus hijos: el fracaso, la frustración.» Rodolfo se estremeció y, antes de obtener los resultados del examen —aunque finalmente lo declararían no apto por un problema neurológico que resultó no ser tal—, supo que no quería hacer eso, de modo que, durante 2001, viajó a un pueblo cercano, Guatraché, para dar clases de música en una escuela. Al poco tiempo le anunciaron que una persona del IUNA se presentaría para supervisarlo. La idea de que alguien pudiera decidir si lo que hacía estaba bien o mal le resultó revulsiva, y así fue como decidió mudarse a Buenos Aires y empezar a estudiar.
Después de ese primer encuentro en el bar lo acompañé hasta las puertas del IUNA. Cuando me despedí, tenía claro que la historia de Rodolfo era la historia de un hombre en el que se había agitado el más peligroso de los sentimientos: la esperanza”.


Leila nos cuenta una historia sencilla, en cada página somos testigo de eso, pero con su prosa, con su visión y profunda perspectiva, eleva la vida y la lucha de este hombre, que aunque haya vivido una vida como tantos millones de personas, tiene algo especial. Pero también tiene algo común con todas las demás personas, como ser humano, la búsqueda del reconocimiento, las preocupaciones por el bienestar y seguridad de la familia, el miedo y el deseo.

Me parece impresionante como Leila, como aguda observadora de la realidad, es perspicaz e incisiva en no quitar la mirada, y en estar atenta a esos pequeños momentos donde se revelan los rasgos más humanos del ser humanos, como la siguiente parte, que es una de mis favoritas: 

“Rodolfo empieza a mover las piernas como un tigre enjaulado y rabioso. Abre una mochila, saca un libro de tapas azules, lo coloca sobre la mesa de cemento y, sin dejar de moverse, empieza a leer. El libro es un ejemplar de la Biblia y él, con la cabeza inclinada sobre las páginas, susurra y parece, al mismo tiempo, sumiso, invencible y tremendamente frágil. Tiene el cuello inclinado en un ángulo que dice, sin decirlo, «estoy en tus manos», y los dedos entrelazados en actitud de rezo. Y ahí, mirando la espalda de ese hombre del que no sé nada, que lee las palabras de su Dios poco antes de salir a jugarse la vida, siento, con una certeza fulminante e incómoda, que es la circunstancia de más espantosa intimidad que yo haya compartido jamás con un ser humano. Algo en él grita desesperadamente «¡no me mires», pero yo estoy ahí para mirar. Y miro”.


Al final, me parece una crónica y una historia excelente, tan bien narrada, tan bien abordada, que logra que una pequeña tradición de un pequeño pueblo, se convierta en un acontecimiento exótico, vibrante; y en un relato universal sobre las emociones y los sentimientos que acompañan a todos los seres humanos. Y termino con esta belleza:


“—Campeón, ¿me puede firmar?
Rodolfo se desprende del abrazo y lo mira. El nene debe tener unos ocho años y el pelo largo que usan, ya desde chicos, los malambistas.
—Ah, mi joven amigo, claro que sí. ¿Dónde quiere que le firme?
El nene le dice, señalándose la espalda:
—La camiseta.
Rodolfo se agacha y, sobre la espalda del nene, escribe, trabajosamente, una dedicatoria. Después se despide con un beso, camina hasta la sala de prensa y, en un rincón, empieza a desvestirse. Se quita la chaqueta, la rastra, la faja, la camisa. Y, antes de guardadas en el bolso marrón, a cada una de esas cosas les da un beso.
Yo no lo vi llorar, pero lloraba”.



Acá una excelente entrevista a Leila sobre el libro:

Una Historia Sencilla (Entrevista a Leila Guerriero)




Leila Guerriero

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